El compadre Chungo

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De tez morena y pies descalzos, uniformados con ropa de manta e hilos multicolores, con un sombrero de paja sobre la frente y un par de trenzas negras caídas sobre el regazo, regidos por la humildad y gobernados por la sencillez, despertaban cada día - bajo el título de campesinos- acompañados de los primeros resplandores de un cielo somnoliento difuminado entre nubes de algodón y estrellas moribundas cegadas por la claridad, para entregarse al trabajo agotador que les prometía un cachito de fortuna y, uno que otro pedazo de tortilla para apaciguar las estrictas exigencias de en entristecido estómago vacío, afónico de tanto gruñir, afónico de tanto gritar…

Las gotas de sudor seguían los senderos trazados en la piel y caían pesadamente sobre la labrada tierra negra colmada de las raíces del dorado maíz listo para cosechar: separados por más de un metro del suelo y protegidas por una cortina de teñidas hebras de color caoba, se encontraban las torneadas mazorcas escondiendo toda su belleza y esplendor a las traviesas manos humanas desesperadas por explorar.
Unas cuantas  semanas habían pasado desde el día de la plantación, -no muchas, no pocas, sólo las necesarias- pero por fin estaban ahí, en ese mismo lugar y en ese mismo momento, tomando desde el gajo las inanimadas mazorcas tricolores, vertiéndolas dentro de un canasto de mimbre hecho a mano, llenos de gozo y jovialidad al sentir entre sus dedos el fruto de su trabajo encarnado en hileras de dientes dorados, adheridos en espiral a un afelpado cilindro que servía de armazón a aquella obra monumental,   y  sonriendo a la vida y a un cielo azul matutino extendido a pincelazos sobre la inmensidad.

Arduo fue el trabajo, dura la recolección, pero más ardua y más dura fue la desilusión que borró esa sonrisa amarillenta dibujada sobre aquel par de lienzos morenos despojados de fragilidad.

Con la esperanza atada a los sumisos ojos negros, con la fe prendida a un escapulario y con un hijo oculto en las entrañas, salió la campesina vestida de candor escoltada por su escuálido marido que llevaba casi a cuestas su tesoro de maíz mientras su mujer le hacía miradas piadosas y un par de caricias ligeras  esparcidas al azar. En medio de voces fuera de tono, de aromas enrarecidas y de llamados incitantes invitando a la ingesta de coloridos menús saturados de ingenio y creatividad, llegaron los dos entre pujido y pujido a vender  los granos solitarios de maíz reseco tostado a la luz del sol

-¡Lleve su maíz!
-¡Compre su saco de maíz!
-¡El maíz! ¡El maíz!
-Mírelo seño, ¿va’ querer? Está barato
-No, gracias, ya compré
-¡Señito! ¡Señito! ¿Va’  llevar maíz? Pa’ las tortillas seño…
-¿A cómo da el quintal?
- A 50 colones seño…
-¡¿A 50?! No, gracias…

(Din, dan, din, dan, suenan las campanas del viejo reloj anunciando las doce, din, dan, din, dan, pregonando una hora más de agonía a los campesinos que no han vendido más que medio quintal de maíz en todo el día, din, dan, din, dan, han pasado quince días y las ventas no mejoran, din, dan, din, dan suena el viejo reloj anunciando otro mes, din, dan, din, dan, din, dan suena el viejo reloj anunciando la pérdida de la mitad del descolorido maíz …)

El chasquido de las mugrientas uñas desmoronándose entre los dientes invocaba la calamidad, los agudos chirridos de los insectos estimulaba la perdición, y la pareja de campesinos consumidos por la desgracia se hundía cada vez más en el abismo sin fondo de la indignación. En sus memorias estaba grabada aquella triste melodía compuesta en una torrencial lluvia de mayo y el amargo lamento de encontrarse solos en la vastedad, sin un peso en la catocha, sin tierras que cultivar, y con una ilusión violada por el poder, el dinero, la injusticia y la discriminación social.

El tiempo pasaba lentamente, lentamente, con paso quedito y atolondrado, llegaba asustado y se dejaba caer sobre los rebosos de un abdomen parabólico con fachada de volcán radioactivo a punto de estallar.


Meche-Viejo no hay comida
Chungo-Vieja no hay pisto para comer, tal vez mañana…
Meche-Pero Chungo, ¡no has probado bocado en  casi tres días!
Chungo-Comé vos, vieja, comé vos, ¡Que no ves que nos va a salir flaco el cipote!
Alguien llama…
Chelo-¡Chungo!
Chungo-¡Compadre Chelo! ¡Qué anda haciendo por acá!
Chelo-Pues mire que me contó la Lupe que perdió la cosecha
Chungo-Sí pues, si esto ha estado perro, sólo hambruna y sed hay por estos rumbos
Chelo-Y qué pasó, compadre…
Chungo-No se vendió nada y se nació la babosada
Chelo-Usté compadre… ¿Y no tiene trabajo?
Chungo- ¡Nada mi compa! ¡Nada! Desde hace dos semanas que ando buscando y nada, la comida la he sacado de los botaderos del mercado y de unas cuantas limosnitas o trabajitos que me encargan
Chelo- Mire, Chungo, ¿y no le gustaría a usté trabajar  de jornalero en una de finca de café?
Chungo-¡Cómo no compadre! ¡Dígame cuándo y lo l’entro!
Chelo-Yo ahí trabajo, andan buscando mano de obra y no la pagan ni tan bien ni tan mal, pero de algo a nada…
Chungo- ¿Y qué no andaba usté con el asunto del añil?
Chelo- No, compadre, yo me salí d’eso, si con esas cosas de los colorantes ya ni se siembra añil, y más que los condenados europeos ya ni nos compran… ¡nombre! ¡Me muero de hambre!, además, ahí donde estoy ya me van a hacer colono.  Pero mire,  con lo que le estaba diciendo, yo trabajo ahí, si quiere lo vengo a traer mañana tempranito para que no se me pierda
Chungo-¡Cómo no compadre! Pero mire ¿Qué es eso de colono?
Chelo- Es que le dan donde vivir a uno, compadre, le dan como un pedacito de tierra pa’ sembrar
Chungo- ¿y eso que le dan es suyo compa?
Chelo- ¡No, compa! Pero le dan más pisto
Chungo: Ah…
Chelo: ¿Entonces mañana?
Chungo: Sí, compadre ¡Mañana!..... ¡Ya la hicimos vieja!

De enorme regocijo se llenó aquella atmósfera saturada de vapor de lágrimas, de sollozos y lamentos, de miradas perdidas en la sombra de la soledad, de suspiros apasionados llenos de polvo y de un sonido pintoresco típico de la serenidad…esa noche soñó bajo la luna la feliz pareja de amancebados, con la mirada fija en una estrella símbolo de libertad, y con las manos entrelazadas como simulando unión y apoyo para la infinidad, y más tarde, por la mañana, se levantó el campesino sintiéndose jornalero, se puso el sombrero de paja sobre la frente, se vistió de esperanza, se perfumó con valor, se echó el matate a la espalda y se guardó en el bolsillo la mirada tierna de su mujer, para ir preparado al nuevo trabajo esperado con ansias desde que el estómago empezó a gruñir y a alborotar todo el armamento digestivo escondido delante de la cavidad cervical.


Chelo: Buenas, señor patrón, mire, yo oí que querían trabajadores y le traje a mi compadre
Chungo: Chungo Morales, para servirle
Terrateniente: Así que usted quiere trabajar en la finca C. Gutiérrez
Chungo: Sí, señor, sí, necesito el trabajo, mi mujer está esperando y… pues verá usted que somos bien    pobres…
Terrateniente: Sí, sí, aquí se paga con monedas que sólo pueden ser usadas en las tiendas del terrateniente ¿De acuerdo?
Chungo: ¡Sí, señor, sí!
 Terrateniente: ¡No me toque, hombre! ¡Que no ve que anda sucio!
Chungo: Discúlpeme…
Terrateniente: ¡Llévatelo Chelo!
….

Chungo: Un poco bravo el patrón verdá, compadre
Chelo: ¡jum! ¡y diga que ése es contento!  Aquí se sufre compadre, a veces ni agua le quieren dar a uno, y si
no se pone vivo en el trabajo ¡Ay! Le dan unos riatazos que pa’ qué le cuento. Una vez casi matan a uno, lo agarraron a palos y no lo soltaban los condenados, el pobre hasta tilinte salió
Chungo: Ay no me diga, compadre, más que yo soy bien tarugo, mire, ¿y eso de las monedas cómo es?
Chelo: Pues mire, a usted le van a dar unas fichas, algo así como el colón, pero sólo las puede cambiar en las tiendas del terrateniente
Chungo: ¿Y son buenas las cosas que dan, compadre?
Terrateniente: ¡Epa! ¡El nuevo! ¡Deje de hablar y póngase a trabajar!

Una semana bastó para dejar entrever la realidad de todo aquello: golpes, latigazos, malas miradas, gritos, regaños…  de muy lejos habían llegado los terratenientes para apoderarse de tierras ajenas, para ellos tierras sin dueño, tierras de nadie, para los demás tierras sagradas, tierra maternal…

La sed de justicia incrementaba cada día, el deseo de rebelión se inmiscuía presuroso entre la roja sangre hirviente de los desamparados hijos de América.  Los comentarios eran muchos, los insultos sosegados, pero la oscuridad del temor los mantenía atrapados en lo secreto, en lo escondido, en ese lugar donde sólo los más humildes pueden entrar… ¡Pero el temor se armó de valor y se encarnó en un mortal! Feliciano Ama lo llamaban, de voz potente y rigurosa estaba dotado, de mirada oscura y negra estaba impregnado, con ganas de justicia estaba blindado.

El inmenso océano azul estaba adornado con un montón de lucecitas a manera de estrellas y un reluciente gigante blanco estrenado cada noche por la oscuridad, el sereno caía pesadamente sobre los techos en pico de las casitas de lodo regadas aquí y allá, la melodía suntuosa del búho se hacía escuchar a lo lejos entre las verdes hojas de mango y los enmudecidos siseos de un sumiso riachuelo celeste de apariencia fugaz, y de forma estrepitosa repicaba el sonido de los afilados machetes chocando unos contra otros, alistándose para la gran batalla contra la injusticia social


Feliciano Ama: Se hace tarde, compañeros, ¡Apresúrense! Tenemos que encontrarlos dormidos para no       darles tiempo de luchar
Chungo: ¿Y si nos matan?
 Feliciano Ama: Tendrás la dicha de haber muerto por tu raza, ¡La alegría de haber muerto por una causa     
justa!
Chungo: Pero tengo mujer  y un hijo en camino...
Feliciano Ama: Por ellos lucharás, su recuerdo te infundirá el valor y la fuerza que necesitas para pelear, ¡Ha llegado el día en el que reclamaremos lo que es nuestro! ¡Ha llegado el día de la justicia! Juntos les haremos saber que no les pertenecemos, que no somos una pieza más que pueden manejar a su antojo, ¡Les enseñaremos lo que es bueno!
Todos: ¡Sí!

Así habló Feliciano Ama.

De uno en uno, de dos en dos, en procesión salieron del bosque los trabajadores del campo: los indígenas, los campesinos, los ladinos, los jornaleros, los hijos de América. En peregrinación se dirigieron  hacia la muerte, inundados de valentía, repletos de coraje, con armas rudimentarias y escudos de aire se enfrentaron a su verdugo, pero en vano fue el deseo, inútil la preparación, baldía quedó la vida frente a las escopetas, desnudo quedó el valor frente a las balas, a la intemperie quedó la sangre frente a las heridas, vencida quedó la raza trabajadora entre las manos de aquellos explotadores cegados por la ambición.

Los torrentes de líquida sangre formaron una fuente, una regadera, un río, un lago, un mar… los morenos cuerpos inertes daban un tono lúgubre a aquel día funesto iluminado por miradas frías congeladas en un umbral…

Murieron, sí murieron, murieron por sus deseos  de igualdad, murieron por trazar los primeros esbozos de libertad, murieron por vociferar los primeros gritos de independencia; y no sólo murieron los trabajadores, murió el valor sedimentado en las balas de plata consumidas por la piedad, murió la Lupe mientras tejía un chal para su marcha nupcial, murió el Chelo con un machete en la mano y un grito ahogado en la boca como queriendo escapar, murió Feliciano Ama con una soga apretujándole el cuellos y los ideales de libertad.

El Chungo escapó, sí escapó, sí escapó, pero más pudo la sombra de la muerte que sus desaforados pies atados a un par de sandalias de cuero…llegó a su casa, abrazó a la Meche, la miró de forma lunática y se asustó al descubrir los ocho meses de embarazo amarrados a su cintura, desesperadamente intentó sacarla de ese lugar y llevarla a un sitio recóndito alejado del mundo, alejado del mal, pero las balas cayeron como espinas y asesinaron los sueños de aquel idealista utópico manipulado por la miseria, las balas cayeron sobre la Meche y sobre aquel niño sin vida que nunca vio la luz, que no conoció el amor, que no se contaminó con la sociedad…

¡1932 fue aquel año! El año de la muerte, el año de la sangre ¡El año de gracia del señor terrateniente! El año del genocidio de toda una cultura, el año en que los indígenas se decidieron a olvidar y a esconder bajo el temor las enseñanzas transmitidas por sus antecesores desde aquellos tiempos en que el paisaje era verde y el maíz crecía libre en el horizonte…